(Guadalupe Prieto) La capital de Tailandia sabe combinar sus antiguos templos con la vida cotidiana de sus ciudadanos. Sus calles huelen a exquisita comida callejera, tienen el sonido de las ofertas a los turistas y las bocinas de los tuc-tucs (carritos con moto convertidos en taxis) y los colores de los techos de sus templos y los altares improvisados a cada paso.
La oferta de visitas a templos es infinita, pero es imprescindible recorrer la Ciudad Imperial, donde la realeza vivió entre los siglos XVIII y 20. La diversidad de estilos entre los templos entretiene por horas a los viajeros que recorren sus más de 200 mil metros cuadrados.
Entre los templos más destacados está el del Buda de esmeralda, que alberga la imagen de jade más valiosa y venerada de Tailandia. Si bien la Ciudad Imperial es un gran museo, no deja de ser un lugar de culto. Sus templos aun nos reciben con monjes y fieles en plena adoración a sus dioses. Dioses budistas, porque en Tailandia, la gran mayoría de la población practica esta religión (a mi modo de ver tiene más de filosofía de vida que de religión)
Con solo sentarse en algún rincón y dejar que la mirada baile entre tantas formas y colores ya se consigue ver un espectáculo único. Los ojos se apabullan de tanto color y brillo. La mente recorre historias de otros tiempos que bailan por cada rincón de la ciudad. Es imposible no viajar en el tiempo y hasta soñar con haber vivido durante el esplendor de esos imperios.
Detrás de la Ciudad Imperial está el templo del Gran Buda Reclinado (Wat Pho). Con sus 26 metros de largo y 15 de alto, deja boquiabierto a quien lo visite. Está recubierto con láminas de oro y tiene labrada la historia de Buda en la planta de sus pies. Este templo no solo tiene un valor religioso para Tailandia, también fue sede de una de las primeras universidades del país.
Si decidiste hacer la visita a la Ciudad imperial y el Buda reclinado por la mañana, la mejor opción para hacer un descanso está muy cerca. A un lado de estos templos, en el margen del río, está el mercado Tha Tian donde encontrarás puestos de venta de pescado seco, aceites y algas, mezclados con pequeños puestos de comida de sabrosisimos platos locales. Este mercado nació en el siglo XVII como mercado flotante, logrando tener tanta importancia como para conseguir un lugar en tierra cercano a la Ciudad Imperial. Recorrer sus pasillos dejando que se impregnen los olores y colores de sus productos es maravilloso. Las conversaciones entre los locales, los regateos, los carros repletos de mercadería, te trasladan a un mercado de otro siglo.
Personalmente me pareció maravilloso el Templo del Amanecer, Wat Arun. Está ubicado a las orillas del río Chao Phraya, que atraviesa la ciudad. Su blanco imponente hace que sea imposible no verlo y admirarlo desde cualquier punto de la costa, lo que lo convierte en totalmente fotografiable.
Este templo albergaba originalmente el Buda de Esmeralda que hoy encontramos en la Ciudad Imperial. Su arquitectura, como muchos templos budistas, representa el Monte Meru, venerado por el hinduismo. Al visitarlo se descubre la infinidad de colores en los mosaicos que decoran sus blancas paredes, dándole un delicado encanto. Fue construido en honor al dios del amanecer, Aruná, de allí su nombre.
Subir los 80 metros de su estupa de estilo Khmer puede requerir un poco de esfuerzo, pero el premio está en las hermosas vistas de Bangkok, que desde ahí podes tener. Ya en la cima, es inevitable detenerse e imaginar el paisaje de la ciudad en los años de esplendor del templo.
Cómo te podrás imaginar, Bangkok tiene muchísimos templos y cada uno tiene su particularidad, y cada viajero, seguramente, conecta con la energía única que hay en ellos. Me crucé con más de un viajero que me comentó que esta ciudad no le había gustado…a veces pasa, pero no es ‘responsabilidad’ de la ciudad en sí, como dice Antonio Tabuchi en ‘viajes y otros viajes’:
“Un lugar nunca es solo ‘ese’ lugar: ese lugar somos en cierto modo nosotros también. De alguna manera, sin saberlo, lo llevamos dentro y un día, por casualidad, llegamos hasta él. Llegamos el día adecuado o el día equivocado, todo puede ser, pero eso no es responsabilidad del lugar, depende de nosotros. Depende de cómo leamos ese lugar, de nuestra disponibilidad para acogerlo en el interior de nuestros ojos y en el interior del alma, si estamos alegres o melancólicos, eufóricos o disfóricos, si somos jóvenes o ancianos, si nos sentimos bien o nos duele la barriga. Depende de quienes seamos en el momento en el que llegamos a ese lugar. Las cosas se aprenden con el tiempo y, sobre todo, viajando”.
Estos son los imperdibles, pero como viajero te sugiero entregarte y descubrir la maravilla de esta cultura tan diferente y prodigiosa. Por lo menos así es como me gusta viajar a mí.