*Especial, por Eric Bolibo para Es de Argentino
Carlos Salim Balaá Boglich nació en Buenos Aires, el 13 de agosto de 1925 y con el tiempo adaptó el nombre artístico de Carlitos Balá. Se destacó como humorista, actor, músico y presentador, especialmente dedicado al show infantil. Así, millones de argentinos fueron marcados por «El Show de Carlitos Balá». Además, realizó espectáculos en radio, televisión, cine, circo, y teatro.
De chico se destacó por ser muy gracioso pero a la vez muy tímido, es por ello que para vencer el miedo escénico hacía bromas en el colectivo de la línea 39. En una de las tantas historias que supo contar, Carlitos Balá recordó que participó de un concurso de humor y lo ganó, pero por miedo a la reacción de su familia usó un nombre falso. Su padre estaba escuchando la radio, pero no lo reconoció. Pronto comenzó a trabajar en la radio.
Sus comienzos fueron en la radio integrando el famoso trío cómico Balá, (Jorge) Marchesini, (Alberto) Locati. Presentado por Antonio Carrizo en Radio El Mundo, el grupo tuvo gran popularidad hasta 1960. Luego vino la televisión en La revista dislocada, junto a Délfor Dicásolo.
Asimismo, participó en 18 películas: El tío disparate, Esto es alegría y Qué linda es mi familia, entre otros.
«¿Qué gusto tiene la sal?»: su frase más famosa
Una de las frases más icónicas es sin duda «¿Qué gusto tiene la sal?», que se convirtió en un símbolo de la televisión argentina y a la que todos los chicos respondían al unísono: ¡¡¡Salaaaado!!!
La idea nació en 1969, en una tarde tranquila en Mar del Plata. Un chico lo miraba atento y Balá haciendo como que no lo veía preguntó varias veces en voz alta: «¡El mar! ¿Qué gusto tendrá el mar?» El nene permanecía silencioso y el siguió: «Ahhh, el mar tiene gusto a sal. Pero, ¿qué gusto tiene la sal?» Y antes de salir corriendo el chico le respondió. «¡Pero, qué gusto va a tener la sal! ¡Salada!» Y así nació un éxito que atravesó cuatro generaciones.
El chupetómetro, otro icónico invento de carlitos balá
El «chupetómetro» era un recipiente cilíndrico de dos metros de largo donde cientos de chicos depositaban sus chupetes.
«Nunca los conté, ojalá lo hubiera hecho, porque hubiera entrado en el Guinness. Dos, tres millones, qué sé yo», dijo sobre la cantidad de niños que dejaron su chupete allí.