*Por Carolina Garber, Grow-género y trabajo
Como toda efeméride, esta nos invita a reflexionar; ahora en torno a la violencia doméstica, que afecta a millones de mujeres y tiene un impacto que trasciende las paredes del hogar: también afecta la vida laboral. Según un informe de Grow – género y trabajo y la Fundación Friedrich Ebert de 2022, en Argentina, el 71% de las personas que sufrieron violencia en el ámbito doméstico no lo comunicó en su trabajo, lo que trata de un contundente, pero que no sorprende. Muchas mujeres temen ser juzgadas, revictimizadas o incluso enfrentarse a consecuencias negativas en su empleo.
No se trata de un asunto privado
El desafío es reconocer que la violencia doméstica no es un asunto privado. Si el trabajo ocupa una parte tan significativa de nuestras vidas, ¿por qué no puede ser también un espacio de contención y apoyo? Las organizaciones tienen un papel clave en esta transformación: crear ambientes seguros y comprensivos para quienes atraviesan estas situaciones.
Desde Grow – género y trabajo, acompañamos a empresas que quieren asumir este desafío. El primer paso es entender que lo que sucede fuera del ámbito laboral también repercute puertas adentro. Una trabajadora que vive violencia puede estar más distraída, ausentarse con frecuencia o mostrar un menor compromiso, no porque no quiera trabajar, sino por la situación que está atravesando en su hogar. Por eso, las organizaciones deben romper el tabú y transmitir un mensaje claro de respaldo: “Estamos acá para ayudarte”.
El siguiente paso es implementar acciones concretas. Diseñar un protocolo para casos de violencia de género, ofrecer licencias específicas o garantizar acceso a apoyo psicológico y legal son medidas que pueden marcar una diferencia enorme. Algunas empresas en Argentina ya han empezado a hacerlo, demostrando que el impacto va más allá de quienes atraviesan estas situaciones: estas políticas generan un clima laboral más saludable y empático para todo el equipo.
Complejizar la mirada
Sin embargo, no todas las mujeres viven la violencia de la misma manera. Las mujeres migrantes, indígenas y de la comunidad LGBTQ+, entre otras, enfrentan barreras adicionales como la discriminación, la falta de acceso a recursos y la ausencia de redes de apoyo.
Si las organizaciones no contemplan estas singularidades, corren el riesgo de excluir a quienes más necesitan respaldo. Implementar políticas inclusivas requiere miradas diversas y un enfoque específico para responder a las necesidades particulares de cada grupo.
Cambiar la cultura organizacional no es algo que suceda de la noche a la mañana, pero es posible y, más aún, necesario. Lo importante es entender que este cambio no es solo una responsabilidad ética, sino también una oportunidad de generar un impacto real en la vida de las personas.
Este 25 de noviembre, el mensaje es claro: las empresas pueden ser aliadas en la lucha contra la violencia de género. No alcanza con hablar de violencia solo en el ámbito privado; es hora de actuar también desde los espacios de trabajo. Porque todas necesitamos saber que, incluso en los momentos más difíciles, no estamos solas.