Al momento en que escribo, se cometieron 57 femicidios en Argentina. Llevamos poco más de dos meses de este nuevo año. ¡INVOLUCRATE!
En la naturalización de las prácticas de sometimiento, de disciplinamiento de las mujeres, arraigadas brutalmente en la cultura patriarcal, no advertimos a tiempo los riesgos que, a mi modo de ver, son las alertas que no percibe nadie.
El siglo 21 nos encuentra en una sociedad hiperconectada, en la que las coordenadas del espacio y tiempo son inmediatas. Los celulares, las redes sociales y los medios de comunicación, se transforman permanentemente en herramientas de control y disciplinamiento social que no pueden dejar de producir efectos en las relaciones interpersonales. Los likes, los estados, las ubicaciones, funcionan como un dispositivo de control total.
Nos preguntamos ¿por qué no nos horroriza la masacre a cuenta gotas de tantas mujeres? ¿Pensamos que podríamos ser nosotras o nuestras hijas o nietas?
Asistimos al espectáculo del horror transmitido una y otra vez; conociendo toda la intimidad de las víctimas, sus rostros, sus familias, el escarnio. Y a la vez nada sabemos del victimario.
Los femicidios no nacen de un repollo: en la cronología y la estructura de las relaciones que terminan en el asesinato de una mujer por razones de género, hay inevitablemente muchos que no escucharon y que no intervinieron, ni con el femicida ni con la víctima.
Cuando llegamos a recurrir al Estado –a los tres poderes del Estado– nos encontramos con un fracaso rotundo. Ni las leyes, ni las políticas públicas, ni mucho menos el Poder Judicial, son capaces de evitarlos y, es más, no son capaces ni de investigarlos. Simplemente hay que repartir y dar de nuevo. Lo que tenemos no sirve, no funciona. Primero se investiga a la víctima. Se sospecha de ella, se le hacen pericias, se suponen denuncias falsas, se pondera su aspecto personal, su vestimenta, su accionar, convirtiendo el proceso judicial en un verdadero plan sistemático de tortura. Solo de manera excepcional, funcionarios policiales / judiciales investigan al victimario, protegen a las víctimas y toman medidas.
¿Cómo se entiende que una mujer que realizó 18 denuncias por violencia de género, termine muerta? ¿Cómo se entiende que maten a mujeres quemándolas, después del femicidio de Wanda Tadei? ¿Cómo se entiende que una mujer sea perseguida durante varias cuadras en la vía pública por un agresor, con un arma blanca, y nadie haga nada para evitar que la mate? ¿Cómo se entiende que haya un femicida tras otro perteneciente a las fuerzas de seguridad con portación de armas?
Demasiadas preguntas imprescindibles para pensar cómo parar este exterminio, reproducido una y mil veces por los medios de comunicación.
Quizás la respuesta más clara sea la cultura que no podemos quebrar y que nos implica a todos y todas. La aceptación del disciplinamiento y la posesión, que lleva a un varón a matar a una mujer por no poder soportar que ella diga basta.
Los femicidas no son monstruos ni enfermos, son hombres. Las víctimas de violencias y abusos son mujeres. Muchas veces mujeres madres protectoras. Pensarlo en el plano de la aberración nos permite mirar para otro lado. Pero el saber que esto es lo cotidiano y que nadie está exento, nos obliga a meternos. No queda otra.
POR. SILVINA RIVILLI Médica psicoanalista