Según una investigación conjunta que llevaron a cabo Unicef y la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación (SeNAF que dejó de existir como tal, convirtiéndose en una secretaría este año), unos 2.200 niños, niñas y adolescentes esperan la adopción en nuestro país antes de cumplir los 18 años.
Asimismo, la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos de la República Argentina (DNRUA), reveló que en diciembre del año pasado se registraban 1.732 familias solicitantes que presentaron su legajo. Se trata de una caída del 62% respecto de 2018 y de una tendencia que se profundiza: el último registro de la DNRUA da cuenta de que actualmente, hay 1.586 familias dispuestas a adoptar.
En este marco, surgen interrogantes sobre la baja y todos los mitos que hay en torno a esta modalidad, como la burocracia que supone con las consecuentes dificultades para acceder y la demora que implica.
Al respecto, Pilar (nombre ficticio ya que la entrevistada pidió resguardar su identidad), quien adoptó a dos niños en Córdoba, explicó: “El trámite de adopción demora años porque el 99% de los adoptantes están anotados solo para el sub registro 1: niños de 0 a 4 años, quedando así vacías las listas de los otros 5 subregistros que engloba a la mayoría de los chicos en estado de adoptabilidad, aquellos de 6, 7, 8 años o grupos de hermanos”.
Y agregó: “Si se animaran a una discapacidad motriz o cognitiva el proceso sería casi que automático. Me animaría a decir 6 meses desde superada la etapa de evaluación”. A su vez, sobre el proceso en general, reflexionó: “Mi sueño sería que cambie y se hiciese mediante encuentros, donde podamos ponerle mirada, caricia y abrazo al número de legajo, y al relato duro de papel. Hay niños deseosos de familia y papás con deseos de acoger, reparar y reescribir una nueva historia”.
En tanto, acerca de su experiencia, narró que se dio de esta última manera, es decir, al revés de como se estila. “No fue de forma tradicional. Conocimos a nuestros hijos, nos enamoramos y luego, más duro aún, esperamos la guarda”, reveló.
Adopción 2×1
Junto a su marido, conocieron a Julián y Mateo en un hogar de niños, donde se desempeñaban como voluntarios. “Teníamos especial cariño por uno de ellos, que acogíamos con más dedicación y dulzura, porque como dice mi psicóloga le faltó un poco de jugo en su ollita, y aprende más lento”, recordó.
Además, confesó: “Siempre tuve una particular debilidad por los niños. Soñaba con tener muchos corriendo por mi casa, jugando disfrazados, con mucho ruido, baile. Sin embargo, la contracara de mi perfil “Susanita controler”, es que me casé a los 34 años”. Por lo tanto, la posibilidad de tener varios hijos naturalmente disminuyó, atendiendo a su edad.
No obstante, en 2020, un llamado recibido desde el espacio donde asistían para colaborar, cambió su vida. Al respecto, rememoró: “Nos pidieron que hospedemos a Julián porque al día siguiente empezaba la cuarentena”. Y enumeró todo lo acontecido durante los primeros 45 días de convivencia:
- 3 primeras palabras de Julian
- 3 corazones colmados
- 1 pañal dejado
- 1 bici con rueditas gastadas
- 1 mamá
- 1 papá
- 1 hijo
- 1 familia
“Después de esos, el permiso para circular ya estaría listo, y con eso una gran tristeza llegó a nuestros corazones. Volver al hogar no fue fácil para ninguno, pero la idea de que estaríamos juntos para siempre brotaba en todos los sentidos sin dudar”, aseguró.
Más tarde, comenzaron a compartir tiempo con el hermano de Julián, Mateo, 3 años menor. “Tras el primer paseo, sabíamos que tendríamos mellizos -recapituló- y mi sueño de la familia grande empezaba a tener forma con un 2×1 de distinta edad. No obstante, sin papeles no tenía forma”.
Fue entonces que se propusieron adoptar a quienes ya consideraban sus hijos, lo que reveló que “no fue sencillo”. “Pero, cuando los planes son de Dios, siempre hay un final feliz”, aseveró.
Reescribir la historia
En cuanto al presente de la familia compuesta por el matrimonio, los dos niños y dos perros, Pilar expresó: “Es una historia con algunas hojas escritas que hay que repasar, conservar algunos relatos, pero reescribir conceptos para que tengan otro significado”.
“No tenemos idea cuál fue su historia, cómo vivían, o el verdadero origen de sus cicatrices. Simplemente respetamos y acompañamos la forma en que deciden encarar lo vivido y yo siempre busco profundizar un agradecimiento a su primera mamá, que les regaló la vida y me permitió tenerlos para convertirme en su mamá para siempre”, continuó.
También reconoció que “no hay certezas”, aunque sí “mucho diálogo”. “Hoy las hojas escritas juntos son más que las que había antes de encontrarnos y es mi primera gran alegría. Me siento una mamá plena”, celebró a la par.
Y cerró: “Desde que soy mamá, cada Día de la Madre me levanto y rezo por lo mismo: por más encuentros sinceros entre mamás que sueñan con tener un hijo e hijos que sueñan con el amor de una mamá”. Finalmente, deseó un ‘feliz día’ a todas las madres.