Por. Mabel Luchetti
Cuando comenzó a hacerse visible el Día Internacional de la Mujer pensábamos en aquellas luchadoras que lograron las primeras reivindicaciones como algo extremo y remoto. Nosotras nos percibimos tan lejos de morir incendiadas en una fábrica… Más bien, comenzó como una reivindicación de la tarea cotidiana, bastante teñido de rosa. Esto no está mal. Sólo que la realidad nos excede ampliamente, nos avasalla, nos arrolla.
Cuando las mujeres comenzaron a visibilizar la violencia doméstica, enmudecida durante milenios, la ofensiva de los varones de actitud violenta también fue en escalada y en la actualidad nos resulta difícil creer la crueldad y la saña con la que tantas mujeres son ultimadas por sus parejas. Tanto que son noticia todos los días. En todos los casos ha existido alguna instancia de denuncias o intentos de escapar de la situación, pero los brazos de esa relación tóxica son más poderosos y terminan de manera trágica.
Existe, en principio agazapada detrás del amor, una amplísima gama de ofensas. Todas ellas tienen para mí un rostro, un nombre de alguna mujer cercana y querida. Desde descalificaciones en lo personal, en lo íntimo, mentiras, control, manipulación y aislamiento de sus afectos, infidelidades de las más variadas, contagio de enfermedades de transmisión sexual, perjuicios legales, destrato, culpabilización, gritos, hasta empujones y violencia física en toda su gama de intensidad. Y la muerte. Ninguna. Ninguna forma de violencia es aceptable.
¿Quién tiene la clave para la solución? Se han dado algunos pasos con la creación de organismos que se ocupan de este flagelo. Pero no es suficiente. La solución debe ir mucho más allá. Así como muchas veces sentimos que la sociedad está transformada en una jungla, de la misma manera es posible que ocurra en las familias. Creo que es momento de bajar las armas, de apostar por el amor responsable y de entrega total. Nadie tiene el derecho sobre la vida ni el bienestar de nadie y todos somos dignos de respeto por igual, ya sea hombre o mujer. Es el momento de cambiar patrones, basados en reglas más justas. Necesitamos visibilizar, conversar, prevenir. Educar.
Siempre pienso que las mujeres somos mucho más fuertes de lo que creemos. Fuertes en la paciencia, en el amor, en la resistencia. Y cuando hemos enfrentado estas situaciones, salimos fortalecidas, sobre todo cuando somos lo suficientemente sabias de armar una red de otras mujeres que nos sostienen y a quienes sostenemos. Es una fuerza que ha existido ancestralmente y que, aún sin un justo reconocimiento, es la que ha sostenido el avance tambaleante de la humanidad. Una fuerza que, a veces susurrante y otras veces enérgica, logra hasta lo que nosotras mismas creíamos imposible. Porque sabemos volver a las fuentes, porque estamos aprendiendo a pedir ayuda y porque no claudicamos.