*Por Lucho Fabbri y Javier Elena, equipo de masculinidades de Grow- género y trabajo
Desde los más inocentes -poner apodos o hacer pagar el asado con el primer sueldo-, a otros que avanzan sobre el propio cuerpo -cortes de pelo, desnudos frente a todos en el vestuario, golpizas y agresiones sexuales- los ritos de iniciación aún persisten en distintas instituciones.
Así, el ejercicio de la violencia es uno de los pilares de la masculinidad. Desde niños, a los varones se les enseña que la violencia no solo es un recurso válido, sino que en determinadas situaciones debe ser incluso demostrada. Su complemento es la resistencia estoica: los varones deben soportar el dolor. Esto es lo que se pone en juego en los denominados ritos de iniciación. Situaciones que los varones deben atravesar, y que ponen a prueba su masculinidad.
Pero, ¿A alguien le gusta pasar por esas situaciones? ¿Nadie que las haya vivido piensa en cortar con la cadena? ¿Cuáles son los motivos por los que es tan difícil poner un freno? El silencio y la complicidad son dos elementos fundamentales. Aceptar y asumir esas situaciones -más allá de no estar de acuerdo con ellas- también se convierte en un mandato, por lo que oponerse a esos rituales, es una traición. No solo al grupo en particular, sino a lo que se espera de un varón. Por último, se pone en juego la pertenencia al grupo de pares, lo que evidencia que la masculinidad no es algo que se porta individualmente, de una vez y para siempre, sino que se valida cotidianamente a través de la integración y permanencia en un grupo de congéneres que te reconoce como tal.
Cortar las cadenas de complicidades
Cuestionar estos rituales es un primer paso para terminar con ellos. Pero, ¿cualquier persona puede hacerlo? Los cuestionamientos individuales y desde el llano no suelen ser los más efectivos. A veces incluso, se chocan con la indiferencia, el aislamiento o el disciplinamiento. Es importante reconocer la responsabilidad de la organización y de quienes están en puestos de liderazgo para prevenir y erradicar costumbres, tradiciones y “códigos” nocivos que pueden hacer el entorno laboral un lugar poco seguro y hasta a veces hostil.
Es cierto que muchas de estas prácticas van perdiendo legitimidad y ganando repudios. Casos de público conocimiento en ámbitos de las fuerzas armadas y de seguridad, deportivos y laborales, han encendido algunas alarmas. Los cambios generacionales también aportan aires nuevos y la institucionalización de canales de denuncia a situaciones de violencias acotan la impunidad. Sin embargo, vale preguntarse, ¿cuán consciente y activa es la implicación de los hombres trabajadores y líderes en estos procesos de cambio? ¿identifican y celebran sus beneficios o los viven como una imposición punitiva? ¿Pueden ver y reconocer la toxicidad de esas formas de ejercer masculinidad más allá de estos rituales como punta del iceberg?
Desde Grow-género y trabajo contamos con diversas propuestas que tienen el objetivo de reflexionar sobre la masculinidad en los espacios laborales. Nuestro programa Hombres trabajando(se) propone espacios de conversación sobre diversos componentes. Uno de ellos, Violencia, complicidad y consentimiento. A su vez, tenemos con una propuesta específica para formar a varones en puestos de liderazgo, comprometidos con la transformación
Por otro lado, contamos con un cine debate que gira alrededor de fragmentos del documental “El silencio de los hombres”, de Lucía Lubarsky. Allí, lo que buscamos es pensar sobre lo que hacen y dicen -y lo que no- los varones, y qué impacto tiene esto en sus propias vidas y en las vidas de los demás.
Son propuestas que buscan que los varones puedan hacerse preguntas, cuestionar(se) actitudes, y cortar con la complicidad. Y sobre todo, verse como parte de las agendas de diversidad, equidad e inclusión y género, identificando en ellas la oportunidad de ser agentes de cambio, construyendo espacios laborales más seguros y también formas más saludables de habitar la masculinidad.