Por Ariel Bogdanov
La llegada de la pandemia marcó un antes y un después en la vida de Sandra Gallego. Es que esta doctora en Ciencias Biológicas y especialista en Virus Linfotrópicos Humanos, se convirtió en una de las científicas más trascendentes que tuvo la lucha contra el coronavirus en Córdoba.
Dueña de un perfil bajo y cultora del trabajo en equipo, al que menciona de manera constante en cada uno de sus diálogos, Gallego debió superar sus propios miedos y limitaciones para encabezar la batalla contra un patógeno desconocido hasta el momento.
Desde su lugar en el Instituto de Virología “José María Vanella”, de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNC, la viróloga llevó a cabo junto a un enorme equipo de profesionales, algunas de las investigaciones más importantes en materia de Covid-19 en el país, entre ellas aislar el virus, titular el plasma de pacientes convalecientes el cual permitió transfundir plasma de calidad y evaluar la efectividad de las distintas vacunas frente al virus, entre otras.
–¿En qué situación te encontró la llegada de la pandemia?
–Nos encontró sorprendidos principalmente. Eran días de seguir con atención lo que estaba ocurriendo en Europa, en Asia. De pronto comenzó a llegarnos muchísima información, empezamos a actualizarnos sobre este nuevo virus emergente y a pensar qué podíamos hacer acá.
–Una lucha contra el tiempo.
–Claro. Y como tengo cierta experiencia en el área de virus patógenos de transmisión transfusional, la gente de la Asociación Cordobesa de Medicina Transfusional me contactó para saber la posibilidad de usar plasma de personas recuperadas para tratar la infección por SARS. Esta técnica se estaba implementando en Asia, que venía muy azotada por la pandemia. De allí surgió la idea de proponer al Ministerio de Salud de Córdoba el desarrollo de una metodología que aún no estaba disponible, la cual permitiría medir en el plasma de las personas que se recuperaban, la presencia de determinados anticuerpos o defensas que eran necesarios para que luego pudiera ser transfundido a una persona enferma y de esa manera limitar la infección y reducir cuadros graves. Armamos un laboratorio y convoqué a un grupo de colegas míos que tenían experiencia en este tema y comenzamos a trabajar, siempre con el apoyo de nuestro decano Dr. Rogelio Pizzi y del Ministerio de Salud. También fue muy importante la interacción con la Dra. Gabriela Barbás, que también es viróloga. La metodología finalmente se desarrolló y la venimos aplicando hasta ahora.
–¿El miedo estuvo presente en todas estas etapas?
–Al principio tuve miedo, como todo el mundo, no por mí sino por mis seres queridos. Desde lo humano me pregunté: qué hago con esto. Intento aportar desde mi conocimiento algo que sirva para toda la sociedad o me quedo en mi casa sin correr riesgos. Un dilema entre el hacer y el no hacer y yo decidí hacer. Se lo planteé a mi hijo, a quien quería preservar, y él me dijo: “Má, es lo que vos sabés hacer, así que hacé lo que tenés que hacer”.
Soy viróloga y es lo que amo. Creo que hicimos lo que correspondía en ese momento. Soy muy apasionada, siempre lo fui, pero nunca pensé en vivir una pandemia generada por un virus. Fue un gran aprendizaje, no solo desde lo profesional sino desde lo humano. Sacar todo lo que uno tiene y ponerlo a disposición del bien común es una experiencia distinta a todo y también gratificante.
–¿Encontraste en vos características que no conocías hasta la llegada de la pandemia?
–Encontré fortalezas. El primer día antes de entrar a “La Covidera”, como llamamos cariñosamente al Laboratorio, les dije a mis compañeros: “Tengo miedo que alguno de ustedes se infecte y yo soy la responsable (interrumpe en llanto). Ellos me miraron y me dijeron: ‘Vos no nos estás obligando a nada, esto lo hacemos por nuestra cuenta’”. Eso fue para mí una liberación. Entendí que cada uno elegía. A partir de allí me encomendé a Dios, le dije que le entregaba mi ego y que me permitiera ser invisible para llevar esto adelante.
–¿Si pudieras viajar en el tiempo, qué le aconsejarías a tu yo del pasado?
–Que siga siendo apasionada por lo que hace, ya que es mi esencia. Poner lo mejor de uno y no guardarse nada. Tal vez también le diría que sea paciente, que de alguna manera u otra todo llega.
–¿Te cambió la pandemia?
–Me dejó algunas enseñanzas. Aprendí a delegar ya que a mí me costaba mucho poder delegar, me enseñó a confiar, a flexibilizar, ya que suelo ser muy rígida y entendí que está bueno escuchar y aprender de los demás, hace que uno crezca mucho.
Soy muy feliz con lo que hago. La pandemia me permitió ver el impacto directo en la sociedad de lo que uno hace en el laboratorio. Muchas veces el profesional que trabaja en el laboratorio no ve el impacto directo. Pero cuando nos llamaban para decir que los plasmas estudiados por nosotros estaban salvando vidas y recibíamos mensajes de esas personas, fue cuando todo el esfuerzo se hizo tangible. Todo el sacrificio, los miedos, los renunciamientos, valieron la pena por el solo hecho de saber que estábamos salvando vidas.
–¿Cuál es tu deseo para finalizar el año?
–Salud para todo el mundo. La llegada de este virus y todo lo que generó nos enseñó que lo único que existe es el momento presente y hay que valorarlo mucho.