Nueva Zelanda vuelve a posicionarse como pionera en temas sociales con una propuesta que ya recorre titulares de todo el mundo: prohibir el acceso a redes sociales para menores de 16 años. La iniciativa, presentada por un grupo de legisladores neozelandeses, busca proteger la salud mental de niños y adolescentes, en un contexto donde cada vez más estudios advierten sobre el impacto negativo del uso prematuro de plataformas digitales.
Likes, scroll infinito y salud mental
La preocupación no es nueva, pero sí cada vez más urgente. Según un informe publicado en The Lancet, el uso intensivo de redes sociales se asocia con mayores niveles de ansiedad, trastornos del sueño y síntomas depresivos en jóvenes de entre 10 y 19 años. El informe destaca que el problema no radica únicamente en el contenido, sino en el diseño mismo de las plataformas, pensadas para generar dependencia: notificaciones constantes, algoritmos que refuerzan la comparación social y un flujo infinito de información.
En paralelo, un estudio de la Universidad de Otago (Nueva Zelanda) reveló que 3 de cada 4 adolescentes del país usan redes sociales más de 3 horas por día, y que la exposición temprana a estos entornos digitales está relacionada con baja autoestima, miedo a quedar excluidos y mayor vulnerabilidad ante el ciberacoso.
Una propuesta que incomoda y divide
El proyecto neozelandés plantea una restricción concreta: que ninguna persona menor de 16 años pueda crear perfiles ni acceder a redes sociales sin una verificación de edad obligatoria. Además, se prevén multas económicas para las plataformas que no implementen sistemas eficaces de control. En caso de aprobarse, la medida convertiría a Nueva Zelanda en el primer país del mundo en establecer un límite de edad tan claro para el uso de redes.
Como era de esperarse, la propuesta generó un intenso debate. Por un lado, sectores vinculados a la salud mental, la educación y la protección de derechos de la infancia la celebran como un paso valiente y necesario. Por el otro, organizaciones vinculadas a la libertad digital y representantes de la industria tecnológica alertan sobre los riesgos de censura, la viabilidad técnica de los controles y el posible impacto en la alfabetización digital.
¿Un nuevo contrato social digital?
Lo que está en juego va más allá de una edad límite. Se trata de repensar cómo queremos que los más chicos entren en el mundo digital. ¿De forma libre y sin acompañamiento? ¿O con tiempos, límites y contención, como lo hacemos en tantos otros aspectos de su crianza?
La discusión que abrió Nueva Zelanda ya llegó a otros países. Francia, por ejemplo, debate una ley similar con límite en los 15 años. En EE.UU., algunos estados como Utah y Arkansas ya implementaron normativas que exigen consentimiento parental para menores en redes. Y en Argentina, aunque no hay proyectos en firme, crecen las voces de pediatras y psicólogos que piden una regulación más estricta.
¿Y ahora qué?
En tiempos donde las redes sociales forman parte de la vida cotidiana desde edades cada vez más tempranas, iniciativas como esta obligan a frenar, observar y decidir. Porque sí, amamos las redes: nos conectan, nos informan, nos entretienen. Pero también tienen un lado oscuro que, sobre todo en las etapas más formativas, puede dejar huellas difíciles de borrar.
Quizás no se trate solo de prohibir, sino de animarnos a preguntarnos cuándo y cómo empezar a usarlas. Y sobre todo, cómo acompañar ese proceso desde el mundo adulto.