Psicopedagoga, cordobesa, madre de 3 hijos y abuela de 9 nietos, ella es Liliana González, una mujer conocida a nivel mundial, quien ejerce hace 50 años la clínica con niños y adolescentes con orientación familiar. Con 10 libros publicados, el último junto a su hija Natalia Brusa donde descubrió el arte de escribir juntas y se encuentran próximas a publicar su nuevo libro ‘Ruidos y Voces’. Hoy conversamos con Liliana sobre el regreso a clases, la nueva modalidad, la brecha de desigualdad en educación y mucho más…
Por. Candelaria Lanzaco
Ph. Fino Pizarro
Make up. Mariana Ruggieri
Pelo. Lorena Pino
Locación. Stazione Vistello
‘Volver a mirarnos’ fue el título de uno de tus libros que, en lo personal, me sensibiliza ¿Tenés expectativas en que se pueda lograr un cambio y un volver a mirarnos? La pandemia ¿creés que ayudó o empeoró esta búsqueda?
En esta particular pandemia el barbijo hizo que los ojos aparecieran en primer lugar, lo que no significa que la mirada haya estado, porque para mirar no solo es cuestión de los ojos, hay que tener deseos de mirar al otro. A veces ese deseo está y a veces no. A veces la mirada busca encontrar en el otro lo que el otro no tiene, quizás haber estado tanto tiempo en casa, en muchas familias pasó en algunas no, hubo más tiempo para volver a mirarse, volver a escucharse, volver a re- conocerse. A algunos les fue muy bien en ese proceso, como a algunos no, dicen que ha aumentado mucho el número de separaciones por ejemplo, entonces esto sirvió para vincularse de nuevo o para desvincularse. Como dije en el libro Volver a mirarnos ‘la mirada es pulsional, la mirada no se construye, ni se simula. Durante la pandemia hemos tenido miradas esperanzadoras y miradas apocalípticas, hemos visto miradas pacíficas y miradas agresivas y violentas, pero antes de la pandemia también pasaba, no podemos decir que es por la pandemia.
Creo que nos encontramos en un mes bisagra, después de meses tan difíciles junto a los chicos en casa, cumpliendo roles que nunca antes habíamos cumplido, mirando para adelante con un futuro incierto, ¿con qué reflexión podemos acompañar a padres y docentes en esta nueva etapa?
La verdad es que lo que se viene en este 2021 sigue cargado de incertidumbre. Creo que necesitamos códigos sanitarios claros para evitar el contagio de alumnos y docentes. Creo que la realidad de la Argentina y de cada escuela es tan compleja, tan vasta y tan desigual, que yo apuesto a que las autoridades de cada escuela sean lo suficientemente autónomas y creativas para generar sus propios protocolos. No se puede pretender un lineamiento general para todas las escuelas, porque no hay dos iguales; cada directivo trabajando con su comunidad educativa tiene que buscar que la vuelta a la presencialidad sea lo menos traumática posible y lo menos caótica posible para la familia. Si me preguntaras qué es lo que no quisiera que suceda es que después de la alegría del retorno y el reencuentro haya que volver al aislamiento en la casa. El proceso tiene que ser paulatino, reflexivo y con mucho apoyo de los padres. Yo entiendo el cansancio de los papás, pero eso no implica que la pandemia se acabó. Este 2021 de verdad va a ser un año de transición. Tenemos claro que la escuela de antes no vuelve. Lo aprendido en la pandemia, en lo tecnológico, en lo comunicacional llegó para quedarse y va a enriquecer el proceso. Se viene una escuela combinada donde lo virtual estará al servicio de la información, la explicación, la motivación, la demostración y lo presencial será para la socialización, para la construcción del pensamiento colectivo, para que los chicos aprendan a trabajar y pensar con otros
En estos meses comentaste que “debe prevalecer lo emocional frente a los contenidos” en la vuelta a clases. ¿Creés que se pueda lograr?
Lo que quise decir es que no fue un año perdido para todos. Sí lo fue para los que no tuvieron ninguna posibilidad de acceso a la conexión o a los cuadernillos. Para los que tuvieron la escuela en casa, algunos aprendieron mucho, hasta se alfabetizaron. Otros, aprendieron poco porque no tenían acompañamiento o porque ya presentaban algunas dificultades específicas o no tenían dispositivos para todos. Algunos no aprendieron nada porque no se habían posicionado como alumnos, iban a la escuela porque es obligatoria pero sin deseos de aprender. O sea, antes de la pandemia o durante ella, hubo quienes aprendieron mucho, poquito o nada. Como siempre
Yo creo que no fue un año perdido a nivel de contenidos, en el sentido que lo que no aprendieron este año, lo aprenderán el año que viene. Si algún problema tenía nuestro sistema educativo era la repetición de contenidos. Habría que pensar en un curriculum más minimalista para hacer hincapié en que los alumnos aprendan a estudiar, a investigar, y que sepan que en Google hay información, pero que no siempre es verdadera y que tienen que ser investigadores, con pensamiento crítico para analizar las fuentes.
Ojalá recreemos la escuela en sus aspectos creativos, expresivos y sociales.
El tema de las emociones tiene que ver con esto. Lo que no debería suceder, es que al volver, los docentes aceleren la trasmisión de contenidos, me imagino una ronda donde se les pregunte: ¿Cómo la pasaron? ¿Qué les pareció este virus que atacó al mundo? ¿Cómo vieron a papá y mamá? ¿Qué miedos tuvieron? ¿A qué jugaron?. Es importante que las emociones vividas encuentren un lugar y un tiempo para ser puestas en palabras y que así no obturen el aprender. Los docentes no son terapeutas emocionales, pero si soportes de un vínculo donde la emocionalidad pueda expresarse.
El miedo al contagio, la paranoia y la incertidumbre de los padres son factores que se presentan con el regreso al colegio. ¿Qué recomendación darías para no transmitirlo a los chicos y que tengan un regreso a clases lo más sano posible?
Pienso que los chicos viven las situaciones traumáticas del mismo modo que la viven los adultos referentes. Antes de la pandemia seguramente pasaron por episodios difíciles: pérdidas, mudanzas, cambios de colegio, separaciones, enfermedades entre otras y las vivieron junto a sus padres. Los chicos no nacen con miedo al Covid, se lo transmitimos y convengamos que no es lo mismo enseñarles los cuidados necesarios para la prevención que la paranoia generalizada y el encierro sin haber visto otro niño durante un año. Cada familia reaccionó con las herramientas que tenía. En algunas hubo pérdidas importantes de trabajo o de vidas, por lo que no se puede comparar los efectos con aquellas donde el trabajo seguía y los padres son optimistas o esperanzados. Los chicos no eligen como transitar la pandemia, la transitan como la transitan sus padres. Y en la vuelta a clases ojalá que los chicos no sientan que los padres valoran la escuela por su condición de “guardería” donde se los puede dejar unas horas para poder seguir con las actividades personales. Estamos atravesando una pandemia y tenemos que acercarnos a la escuela a colaborar, porque va a hacer mucha falta más manos, más ojos, más cuidados. No se le puede pedir todo eso a un docente, es imposible. Ojalá la experiencia sirva para aprender a funcionar como una verdadera comunidad educativa. Y por supuesto que pretendo que todos los docentes estén vacunados y mejor asalariados porque el esfuerzo ha sido incalculable.
Por eso insisto en decir que la escuela no cerró, lo que cerraron fueron los edificios; los docentes trabajaron muchísimo para llevar el aula a clase y además sostener su propia dinámica familiar.
Y si charlamos de esta nueva modalidad, hablamos de un sistema presencial/virtual, y ahí es cuando la brecha se siente más, al saber que muchos no pueden acceder. ¿Somos conscientes que va a existir un escenario cada vez más desigual en educación?
Yo creo que la pandemia puso una lupa sobre una desigualdad ya existente. Altos índices de deserción especialmente en el nivel medio (casi la mitad de los alumnos no termina el secundario) la pobreza de nuestros resultados en las pruebas internacionales, la resistencia a la lecto-escritura, el aburrimiento generalizado. Veníamos con problemas. Sería ingenuo y simplista “echarle toda la responsabilidad al covid”. La pandemia puso en escena todo lo que no estaba bien, la desigualdad, la injusticia social, la pobreza. El derecho a que todos tengan Wifi debe ser asegurado por el estado como el agua potable. La pandemia fue una gran lupa que puso en escena todo lo que a veces no queremos ver o lo ponemos bajo la alfombra o no hay el coraje o decisión política de cambiarlo. Así como la pandemia potenció lo mejor de muchas personas que se volvieron mucho más generosas, empáticas y colaborativas habrá potenciado mezquindades y violencias (por ejemplo aumentaron los femicidios). Lo que me produce pudor social y “dolor país” es la politización de la pandemia y la vacuna. Yo creo que también hubo dos gritos fuertes (solo no escuchados por los que no quieren escuchar) el de la naturaleza ( cansada de la contaminación y el maltrato) y el de la pobreza (que sabíamos de su existencia pero pudimos verla en toda su crudeza). Creo que esta pandemia nos ha dejado muchas enseñanzas Por ejemplo muchos chicos se agotaron de las pantallas y buscaron hacer otras cosas. He visto nietos usándolas no sólo para diversión sino con fines pedagógicos, hubo familias que se reinventaron y disfrutaron de rituales perdidos y redescubrieron a sus hijos y otras que la han pasado muy mal, porque si ya venían con desamor y violencia el encierro potenció el malestar.
Quiero decir también que no hay que patologizar la infancia. Ya aparecieron quienes predicen una epidemia de enfermedad mental post-pandemia. Imposible saberlo. Si un niño se deprime o un adolescente se aísla totalmente o enuncia ideas suicidas, es porque ya venían mal y no lo supimos ver o no supimos qué hacer con esas señales. La pandemia no enferma niños, a menos que antes se venía escribiendo una historia que estaba anunciando una enfermedad y lo vivido en el 2020 haya sido el factor desencadenante.
Y si volvemos unos años atrás, ya son 10 libros publicados. ¿Qué sensación te genera cada uno de ellos, el hecho de publicarlos, el camino, el feedback de sus lectores?
A pesar de que ya es el undécimo que estoy escribiendo, siempre es una experiencia nueva. Cuando termino de escribir un libro siento una sensación de vacío y creo que nunca más vendrá otro. Transcurren más o menos dos años y vuelven las palabras, las ideas nuevas y la necesidad de plasmarlas en escritura. En esta ocasión vuelvo a escribir con mi hija (licenciada en comunicación) que tiene una mirada social mucho más actualizada. Somos dos generaciones que piensan sobre los mismos temas. El nuevo libro, ‘Ruidos y voces’, se llama así porque hay tanto ruido comunicacional, falsas noticias, tanta sobreinformación y gente opinando sin tener formación ni especialización en estos temas que nos propusimos rescatar voces de distintos profesionales de diferentes áreas para sumarlas a nuestros pensamientos. También va a tener un plus al que van a poder acceder a través de un link a una entrevista grupal con adolescentes hablando de lo que les pasa y cómo lo viven. En los medios de comunicación parecen tener poco lugar para sus voces
Hoy, como todos lo tuvimos que hacer, te reinventaste, consultorio por Whatsapp, redes a full, etcétera. ¿Cómo fue el cambio para vos? ¿Te fue difícil?
Cuando empezó la pandemia, a mediados de marzo con la agenda ya complicada me iba a México y a República Dominicana, a dar seis conferencias. Hubo que desarmar las valijas. Dejé de atender pacientes. Mi vida cambió completamente. Yo solía tomar casi un avión semanal para recorrer el país dando cursos y seminarios. De un día para el otro me quedé sin trabajo. Y hubo que reinventarse y en un mes, con la ayuda de mi nieto mayor y de mi equipo, aprendí lo que nunca quise aprender: Instagram, Meet, Skype, Zoom, etc. Puedo hablar de las ventajas y desventajas pero en síntesis para mí no hay como la presencialidad. Me falta el abrazo, la palabra, la devolución, las caras, los gestos amorosos. No dejo de reconocer como ventaja mi mayor “presencialidad” en casa y la posibilidad de que tu voz y tu pensamiento puedan llegar a lugares imposibles desde lo presencial. No tuve tiempo de deprimirme, ni que la angustia invadiera mi vida, porque cuando estás aprendiendo estas en otra sintonía: en la de la vida. La muerte se presentificaba todo el tiempo en números e imágenes y el modo que encontré para no bajar los brazos, es pensar nuevos proyectos, cambiar los sueños y no quedarse en la postura nostálgica de esperar el retorno de lo que no volverá.