“A veces tienes que arriesgarlo todo y dejarte llevar”, dice la sinopsis del libro de Elizabeth Gilbert, Come, reza, ama.
Con la mira en el arte
Cecilia Vélez (65), es licenciada en pintura de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y tiene un taller donde dicta clases de pintura, dibujo, grabado y escultura. Está casada y tiene tres hijos (Gastón, 42; Magdalena, 39, y Luz, 37).
Pionera de la vitro y la termofusión en Argentina, entre los años 1998 y 2000 se dedicó a viajar y hacer cursos por el mundo: “Me interesaba mucho la técnica del vidrio trabajado con diferentes grados de calor. Hice cursos en EE UU y luego he seguido viajando para poder incorporar la pintura decorativa”, recuerda.
“Creo que no es incompatible el trabajo-viaje-familia; es una trilogía que se puede dar perfectamente, siempre y cuando la persona que te acompañe lo haga realmente”. Así, desde hace 17 años hace viajes grupales y recorre países como Rusia, México, Perú. “En Rusia íbamos a las escuelas para ver cómo trabajaban las técnicas al óleo, las pinturas al fuego. Fue muy interesante. Siempre con la mira puesta en el arte, en contacto con talleres y artistas, que nos permiten sumar técnicas para aplicar acá”.
Cecilia rescata las diferentes formas de trabajo en México, “hasta más primitivos que nosotros en la modalidad y la dinámica de trabajo” y establece un gran contraste con EE UU en cuanto a la superioridad técnica.
A su vez, agrega: “La escuela de vidrios de Barcelona es más parecida a nuestra impronta y en Perú, los talleres de los artistas que hacen los arcabuceros, que remiten a la pintura del siglo XVIII, cuentan con una técnica muy precisa”.
Una cordobesa en Cambridge
Curiosa desde muy pequeña y con una avidez por aprender, a los cinco años Constanza Linossi supo dos cosas: que quería viajar y que quería ser médica. A los 35 años, esta cordobesa radicada en Cambridge cumplió ambos sueños.
“Tenía 10 años cuando decidí que quería estudiar en una universidad extranjera, y luego empecé a estudiar medicina, con la idea de irme cuando egresara”, recuerda Constanza.
Así, en su último año de medicina, deambuló por varios hospitales argentinos y se encontró con la dura realidad del médico: “En el sistema de residencia te pagan muy poco; además, los recursos son muy escasos. Mi idea era formarme en Argentina, pero no se pudo”. Tras un año de juntar dinero y hacer trámites, se fue a Europa: “La idea inicial era hacer la residencia en un lugar y llevar la experiencia a mi país.”
Constanza se asentó en Barcelona donde trabajó e hizo su residencia hasta que un día, su mentor le comentó que en Inglaterra buscaban a alguien para hacer ensayos clínicos. “Era el sueño de mi vida: confluía trabajar en el hospital de Cambridge y estudiar. Tuve la suerte de aplicar para un puesto y me aceptaron. Entonces apareció un proyecto para escribir un ensayo clínico con inmunoterapia, que está cambiando desde hace siete años los tratamientos de la oncología, ya que no usa quimioterapia sino el sistema inmune para atacar el cáncer; es menos tóxico y la gente vive más. Ahora estoy haciendo un doctorado en la universidad de Cambridge de inmunotipificación del cáncer de esófago”.
Constanza rescata de estos viajes y capacitaciones: “Te abren la cabeza y conocés gente que tiene otra cultura diferente; además la calidad de los lazos es diferente, te apegás más”.
En este sentido, reflexiona sobre su vida: “Pienso en la suerte que tengo de estar donde estoy. A esto lo puede hacer cualquiera, pero realmente lo tenés que querer. Porque cuando elegís, te quedás con una cosa pero dejás otra. En mi caso, me quedé con Barcelona (en su momento) pero dejé a mi familia y a la Argentina. Creo que no hay que dejar cosas por hacer por miedo, porque después uno se arrepiente. Y está bueno aprender. No hay que autolimitarse. Aunque te vaya mal te va a significar una experiencia”.
Fabiana Dal Pra: un viaje al desafío
La periodista y madre de tres hijos (Sofía, 24; Ignacio, 21, y Benjamín, 14) tiene tres trabajos y a los 52 años, motivada por un compañero, tomó la decisión de instalarse un mes y medio en Londres para perfeccionar su inglés.
“El primer gran reto que tuve fue a los 17 años. Yo vivía en el campo y por ese entonces el desafío era más el aprender a vivir sola, ir a la facultad, tomarse un colectivo. Todo eso supuso un cimbronazo emocional; este viaje tuvo que ver más con los condicionamientos de la edad”, explica Fabiana.
Es que un viaje de estas características, con diferencias horarias, de cultura, de alimentación, supuso muchos cambios y todos de repente: “La comida es siempre congelada y yo soy una madre focalizada en comer sano. Además me tuve que poner a tono con Citymapper, una aplicación para salir de la casa y tomarme el colectivo de la esquina porque con 7˚ bajo cero es imposible. Luego, me tenía que tomar tres Metros y, si llegás tarde a las clases, no te dejan entrar”.
Agrega sobre su experiencia: “Los primeros días tuve complicaciones con el transporte, pero al mes fue a buscarme mi marido y no podía creer cómo me movía en Londres. Creo que el deseo de superación y la cuestión de la supervivencia funcionan a cualquier edad”.
Motivada por la misma llama que a los 17 años la sacó de General Baldissera, la periodista señala que fueron muchos los aprendizajes: “Es algo que hace que sientas la necesidad de confirmarte que hay barreras que se pueden tirar, es una necesidad de superación, un demostrar que no importan las arrugas”.
Fabiana señala que en este viaje aprendió mucho más que inglés. “Me enseñó muchas cosas, que no tienen que ver con el idioma sino con la vida. Nunca sentí que me arrepentía de haberlo hecho, porque también te medís. Fue un viaje al desafío, al corazón. Decir: tengo 52 años, a ver de dónde sacamos a esa jovencita que quería andar sola por el mundo. Entonces tuve que exteriorizar esa juventud, que a veces se pierde un poco con los años y con las responsabilidades. Pero lo logré”.