Por Julieta Fantini/ tw:@julifantini
Las consignas #NiUnaMenos y #MeToo (#YoTambién en español) supieron aglutinar -y aún lo hacen- pronunciamientos de todo tipo: desde los negacionistas hasta los exageradamente defensivos. Es tan poderosa la discusión planetaria, al menos en Occidente, que sería ingenuo pensar que lo que se cuenta es lo único que cuenta.
Son los padres
En esta línea, la exdecana de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba, Patricia Altamirano, cuando le preguntamos qué aconseja al abordar la educación de niños y niñas en este evidente cambio de época, entiende que más que los chicos, al problema lo tienen los adultos:“Todos los que tenemos más de 40 estamos atravesados por una serie de claves que formatean nuestro mundo, donde hombres y mujeres estamos en un lugar de desigualdad casi natural. Hoy, los jóvenes, de 0 a 25 años, se han posicionado en varias cuestiones que hacen la diferencia, que terminan con las manifestaciones del Ni Una Menos y el 8M, pero no empiezan ahí. También están las discusiones por el matrimonio igualitario, que proponen una subjetividad diversa, una mujer presidenta, más allá de las afinidades políticas”, explica.
Percibe a la distancia entre generaciones como un abismo, aunque no imposible de saldar: “A mí, que he sido una de las primeras en estudiar género, mis hijas me interpelan como si fuera una conservadora. Para ellas, que tienen menos de 20 años, soy un sujeto conservador y mis vínculos de pareja están formateados en, por ejemplo, que me guste que me manden flores”.
Cambia la historia
Para la licenciada en psicología, los chicos perciben que desde la teoría está todo claro, que ya somos conscientes de la diferencia. Entonces, la pregunta hacia los más grandes se da en lo más cercano e íntimo: “En la práctica cotidiana, dentro de los hogares, la gerencia sigue estando en manos de la mujer, sin contraprestación. La interpelación viene desde los jóvenes, el porqué no hicieron algo con esto, es lo que creo que está cambiando la historia. Porque a la reflexión teórica sobre las desigualdades la conocemos. Saberlo y ocupar lugares de poder no nos ha hecho cambiar las prácticas en el lugar más importante, el íntimo, el de los vínculos, de las relaciones”.
-También cuesta mucho que las propias mujeres cedan esos lugares de “gerencia” y negociar las tareas, ¿no?
-Hace años hicimos un proyecto que se llamaba “La mujer en las gerencias en América Latina”. Recolectamos una cantidad importante de historias de vida de estas mujeres todopoderosas. En aquel momento, con excepción de aquellas mujeres que no tenían una pareja heterosexual, no querían abandonar ni el puesto en la empresa ni en la casa. Entonces, el peso terrible del perfeccionismo que cualquier puesto gerencial te demanda y el peso de la culpa a nivel doméstico, era tan alto que el estrés de esas mujeres era el doble del de los varones.
-¿Y cómo entran los hijos en esa ecuación?
-Cambió la delimitación del ámbito público y del privado. Antes lo público era una red de contención muy importante. Los chicos se crían solos cuando pueden tener una plaza que los cobija, con sus amigos. Ahora la plaza no es un lugar acogedor. Hay una fragmentación de grupos de pertenencia terrible en los adolescentes, atravesada por la virtualidad. No tienen los amigos de la plaza, sino los de Facebook a los que les gusta el hip hop, por ejemplo.
La mirada cambió y los padres no. Los chicos viven en un mundo que no es el nuestro: la transexualidad no les parece terrible, algunos ni siquiera experimentan el dolor profundo del amor romántico- juvenil. Como padres no podemos responder las mismas cosas que nos respondían a nosotros, ni las que pensamos. Tenemos que usar matrices más modernas.
Una mirada filosófica
Josefina Semillán es filósofa y profesora en posgrado en la Facultad de Medicina, en el área de Pediatría, y en el Posgrado de Ética y Gerenciamiento de la Salud de la Universidad Favaloro. Ante la pregunta que motiva este artículo, nos dio las siguientes consideraciones: “Creo que hay que trabajar aun cuando creo en la dificultad de los padres para hacerlo, porque no han sido entrenados o son contemporáneos de una época, en su infancia no ocurrían estas cosas. Los padres deben pertenecer, ser epocales. Agrega después:
“Sabemos que el tiempo pasó. No creo que todo tiempo pasado fue mejor, sino que el tiempo se construye con la temporalidad de uno. Uno es testigo y parte del tiempo presente”.
Para leer
La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie es una de las referentes al hablar de cómo el cambio de época afecta a la vida cotidiana. Primero con su libro Todos deberíamos ser feministas (fruto de una charla TedX que hasta se convirtió en remera de Dior) y ahora, más recientemente, con Querida Ijeawele – Cómo educar en el feminismo.
En ambos libros da cuenta, en un lenguaje sencillo, de pautas vitales de la educación en la igualdad. En Todos lo hace desde su propia experiencia, mientras que en Querida Ijeawele elabora 15 pautas para una amiga que acaba de ser madre y quiere educar a su hija en esos valores compartidos.