“Lo que más disfruto hacer es viajar con mi hijo, jugar a la play y cocinar algo rico… en realidad prefiero comer cosas ricas, me encanta comer”, dice entre risas.
Sobre su implicancia dentro de la corriente feminisita, manifiesta: “Mi dedicación por las cuestiones de género empezó con el ejercicio de mi profesión. Durante cuatro años trabajé en una organización de desarrollo humanitario que respondía a Alemania, allí trabajamos con proyectos sociales en Ecuador, Paraguay, Uruguay y Argentina. A raíz del trabajo con mujeres indígenas, me empezó a interesar todo lo que responde a los estudios de género”.
En 2019, Freijo publicó ‘Solas (Aun acompañadas)’; allí se propuso desarmar la matriz de desigualdad de género para mostrar que la sobrecarga, la soledad y la función cuidadora, son también eslabones de una cadena de mandatos, y que, junto a las barreras económicas, los estereotipos y la falta de oportunidades, consolidan la hegemonía de un sistema patriarcal que siempre juega en contra de las mujeres.
El año pasado, publicó un nuevo libro titulado ‘(Mal) Educadas’, en el que la autora analiza la manera de quebrar la desigualdad entre la educación que reciben hombre y mujeres. Hace un repaso por todos los mandatos con los que fuimos moldeadas las mujeres, los roles que nos fueron asignados y las ideas que se tejen en torno al género.
–¿En qué momento decidiste que debías involucrarte en el movimiento feminista? ¿Qué es lo que te mueve dentro de la lucha?
–No sé si hay un momento inicial de pensar la lucha feminista. La cuestión de vislumbrar la desigualdad de género viene desde que soy chica. Yo ya planteaba el porqué me trataban distinto a los varones, sobre todo cuando a los 11 años pasé de un colegio de señoritas a un colegio mixto, ahí hubo definitivamente un quiebre. Los primeros años en la carrera de ciencias políticas me marcaron mucho. Me hicieron conocer a un montón de escritoras y otras tantas que descubrí a raíz de mi propia curiosidad por el tema, el silenciamiento de autoras mujeres siempre me hizo mucho ruido. Otra situación que me marcó mucho fue el caso de Romina Tejerina, lo viví como algo muy personal. Yo a los 16 años tomé la decisión de abortar y me movilizaba mucho todo lo que había sucedido. En ese año se hizo un Encuentro Nacional de Mujeres en Salta y a partir de ahí empecé a circular en los encuentros, los cuales terminaron por ser mi lugar más enriquecedor de aprendizaje.
–Sobre tu libro ‘(Mal) Educadas’, ¿qué buscabas comunicar? Con respecto a la educación de las mujeres, lo separás entre la educación académica y de las instituciones y por otro lado hablás de la educación a través de los mandatos…
–Buscaba entender la raíz histórica por la que las mujeres fuimos reproduciendo cada vez más la desigualdad. No hay un momento inicial del origen del patriarcado, hay muchas situaciones que se fueron dando y ajustando las clavijas de las prácticas patriarcales, eso detonó en una desigualdad que fue aumentando y alejando a las mujeres de la educación. Para mí, darme cuenta de eso fue sumamente revelador “porque la contrapartida de dicha situación es que a medida que las mujeres obtenían mayor grado de educación, lograban más derechos y mejor calidad de vida.
–Micromachismo, ¿creés que las próximas generaciones van a estar más alertas para captar y detectar estas prácticas?
–Efectivamente, hay más conciencia sobre algunas prácticas, discursos, conductas que no están bien y que empiezan a ser miradas con sospechas. Sin embargo creo que esto va relativamente lento con respecto a la cantidad de años de lucha. A veces decimos “ay, pero cambió todo un montón, cambió rápido, reacelerado”; decir que los cambios son acelerados es estar negando la lucha de las mujeres de hace más de 200 años. Hace muchísimos años que estamos dando vuelta en torno a la “condición de las mujeres”, como si hubiese una condición que nos hace distintas y que en esta sociedad entendemos por distinta como algo inferior. Entonces me pregunto, ¿realmente los cambios se están dando de forma acelerada? Si tengo que esperar otros 200 años para llegar a donde llegamos ahora, cuando las cifras tampoco son tan buenas, me parece que falta un montón y que tales cambios no son tan acelerados como pensamos.
Como contrapartida hay un movimiento conservador de gente joven que está creciendo un montón en redes sociales. Hoy las mujeres siguen tratando de estar en lugares que son tradicionalmente masculinos, como los videojuegos o los streamings, y son realmente expulsadas con insultos y violencia verbal que da miedo. Seguimos sin identificar que esa violencia y esa expulsión es la misma expulsión que nos saca de poder transitar la vía pública cómodas, la que nos lleva directamente al femicidio.
–¿Hay formas de cambiar dichas prácticas que están tan inculcadas?
–Debemos desaprender esa cultura que nos hace reproducir tales prácticas y reaprender nuevas que nos lleven a mejores niveles. Rever nuestra educación o modificar algunas cuestiones es una parte del cambio.
–¿Cuál es la próxima lucha?
Nunca se trató de una próxima lucha. Siempre la lucha es la misma, la autonomía de la mujer. Mientras siga habiendo gente que considere a la mujer como ciudadana de segunda, hay lucha para dar.