Que se nos va el tren, que el reloj biológico sigue haciendo tic-tac, son algunos de los fantasmas que empiezan a girar en torno a las mujeres cuando, pasados los 35 años, no mostramos intenciones de casarnos y tener hijos. Maternidad y soltería se convierten así en un combo explosivo que puede llevarnos a la frustración y a actuar con cierto grado de desesperación.
“Ahora ya no me pesa tanto; me molestaba, sí, a los 35 porque las preguntas o el interés por mi vida pasaban sólo por esos dos aspectos y no me consultaban cómo me sentía o qué era importante para mí”, recuerda Valeria Giunta (44), directora de Persistencia y Desarrollo de Alumnos, en Universidad Siglo 21.
La sociedad está cambiando y ciertos mandatos están siendo derribados: “Es un momento de la historia, de cambios de paradigmas”, señala la psicóloga Eugenia Bruno. En ese sentido, sostiene que el rol activo que la mujer tiene en la actualidad, implica que tengamos la capacidad de elegir.
Algo está cambiando
“Históricamente, el rol de la mujer estuvo asociado al de madre. Por suerte hoy se asocia a un montón de otras cuestiones y es ahí donde aparece la libertad de elegir. Sin embargo, sigue generando frustraciones. Yo lo veo en el consultorio, donde tengo pacientes a las que ves llevándose el mundo por delante, pero que tienen muchos problemas en torno a este tema”, nos cuenta Eugenia.
Valeria observa una evolución en los últimos años: “Las mujeres hemos podido pararnos a decir ‘no es lo que elijo’ y con menos culpa. Hay también un mayor respeto o menor cuestionamiento a la elección. Lo que más me molesta es el mensaje de ‘te vas a arrepentir y después no vas a poder´ o esa mirada con peso de ‘cosa juzgada’ sobre una decisión que es personal”.
Prejuicios y condena social
En un 50%, la condena tiene que ver con la sociedad pero la otra mitad es autoimpuesta. “Las mujeres de generaciones anteriores tienen el chip puesto en cómo se supone que las mujeres deben ser, modelos asociado a lo tradicional, en relación a lo interno. Pero en la actualidad, el éxito de la mujer también está asociado a que pueda realizarse en otras esferas”, explica Eugenia.
Pero, históricamente, la realización de la mujer estuvo asociada a la relación con el hombre. “Entonces, si no hay un hombre que le de hijos, que la acompañe, le falta algo. Creo que hay que seguir trabajando en la construcción de la identidad de la mujer, como un ser completo en sí mismo. ¿Por qué no podría estar completa si trabaja, viaja o disfruta de su soledad, si el hombre es considerado un ser completo solo por ser exitoso en su trabajo?”, evalúa la especialista.
Entre vínculos y soledades
En la era de la inmediatez, los vínculos van mutando, con generaciones más desprejuiciadas y con más mujeres de más de 30 años solteras y sin hijos. “Hoy hay muchas mujeres de treinta y pico en las mismas condiciones, lo que hace que puedan compartir lo que les pasa y no se sientan tan solas”, señala Eugenia.
En un mundo tan veloz, la frase “hasta que la muerte nos separe” se ha tornado relativa y hasta obsoleta, cuando antes tenía un valor fundamental. “En un punto está bueno, porque las relaciones y las personas son dinámicas; a los 20 años una no puede decidirse para toda la vida”, sostiene Eugenia.
En este devenir, las mujeres pasamos por períodos de convivencia y de soledades por igual. Para Valeria, se trata de un cambio constante: “A mis 40, decidí patear el tablero y salir de mi vida cómoda y tranquila en San Luis para recomenzar en Córdoba, buscando algo que me motivara más”.
Sobre esta experiencia, detalla: ”Fue un cambio bastante más complejo de lo ‘previsto y planificado’. Durante esa transición no sólo mi energía no estuvo enfocada en el tema pareja, sino que yo tampoco sentía que estuviera dispuesta a dar mucho a alguien que no fuera de mi círculo más íntimo. ¿Por qué? La respuesta es simple y compleja: estamos en una etapa de la vida en la que identificamos más fácilmente lo que no queremos y en la que cedemos menos; hay mucha menor tendencia al compromiso y al conocimiento profundo”.
Madre sí, madre no
La evolución científica permite también poder disfrutar de la posibilidad de tener hijos, incluso luego de los 40 años, a mujeres que decidieron posponer ser madres a temprana edad. En ese sentido, podemos decir que el famoso “reloj biológico” ya no funciona como una espada de Damocles que en cualquier momento caerá sobre nuestras cabezas.
Una médica de 35 años, consultada sobre este tema, señala que tomó la decisión de congelar sus óvulos. “Estuve en pareja 12 años, con un chico que conocí a los 20. Me casé y me divorcié el año pasado, porque no me apoyaba en mi carrera ni como mujer. Por mi trabajo, he sacrificado muchas cosas pero soy plenamente consciente que quiero formar una familia; pero no quiero apresurarme, ni poner el peso de esta decisión en el tiempo. Como médica, soy consciente que nuestros óvulos se vuelven viejos. Sé que tengo una edad y sé lo que quiero, pero también sé que no lo quiero hacer de manera apresurada”.
La otra cara de la moneda, pone de relieve que también hay mujeres que deciden no ser madres. Y ese es otro “tabú”, sobre el que las sociedades deben trabajar: “Es una pregunta que me hice en algún momento, especialmente ante la presión e insistencia social. Tanto insistían que me ví haciéndome preguntas y cuestionamientos que no me surgían naturalmente. Eran más bien pensados para poder responder a los otros”, explica Valeria.
Es un hecho: las mujeres se asientan firmemente sobre sus derechos y le ponen freno a un “deber ser” para el que fueron mandatadas, pero que nunca eligieron. Será ahora el turno de las sociedades de aceptar que estamos frente a un nuevo paradigma del deber ser femenino, que contempla un universo mucho más amplio que el de ser solamente madres y esposas.