*Especial, por Guadalupe Prieto
No sé cómo llegué a Maramures. Claramente no lo vi en el listado de los 10 lugares más visitados del mundo (no creo que esté ni entre los 1000) o aquellos que hay que ver antes de morir. Me gusta pensar en mis viajes sin una guía turística, partiendo de un mapa y nada más. Después aparece la freaky que lee algunas cuestiones históricas e intenta conectar con el destino, pero primero quiero recorrer cada rincón de esos mapas. Rumania era toda una incógnita.
Obvio, Transilvania era lo que resonaba en todas partes, pero la historia de Drácula era lo que menos me atraía… no así la de Vlad Dracul. Maramures, región norte de la actual Rumania… un viaje en el tiempo. Famosa por sus iglesias de madera, quizás eso me llevo hasta ahí, pero quedé encantada con una forma de vida que parece ajena a lo que pasa en el resto del mundo.
Maramures es agrícola, es vida de campo, casi de pueblo. Se trata de mañanas de mujeres con herramientas en sus hombros caminando hacia las fincas. Hombres en carros cargados de hierba seca que serán alimento durante el invierno. Maramures huele a madera y tierra, asopas y ziuca (aguardiente casero que seguro te van a convidar)
Llegué a Maramures desde Cluj Napoca. El punto de partida sería Sighetu, desde allí había servicios de buses a varios puntos que quería recorrer. Claro, eso decían las páginas de internet, pero nada de eso resultó ser así. Los servicios que figuraban no existían, la supuesta terminal de buses se había atomizado en pequeños puestos desde donde salían buses y vans hacia todos los puntos cardinales, pero ninguno entraba a las zonas que había marcado en mi mapa.
Debía decidir qué hacer, porque todos me decían que es difícil viajar por Maramures sin un auto. Claramente alquilar un auto no era una opción para mí, aislarme en la independencia de horarios y caminos no es lo mío. Por tanto, seguí insistiendo. Quería llegar a Poienile.
Una mujer muy amable de una boletería intentó ayudarme y me buscó un servicio de bus que llegaba a un pueblo cercano. Ese bus salía del otro lado de la ciudad pero me dijo que no me preocupara, que me iban a pasar a buscar.
Esperé casi dos horas y llegó mi rescate, una van que me llevaría hasta el punto de salida del bus. El chofer se preocupó en que no me bajara hasta no llegar al lugar correcto. Al llegar me acompañó al bus y le indicó al chofer hacia donde viajaba.
Todos estaban atentos a esta extranjera que andaba boyando por las tierras lejanas del norte de Rumania. La gente en Maramures tiene una amabilidad de esa que abraza. Llegué al punto de intersección de dos rutas desde donde tendría que caminar unos 5 kilómetros hasta mi destino. Y ahí me convencí de que la mejor forma de andar por Maramures es a dedo(auto stop).
Caminé unos 300 metros y ya estaba subiendo a un coche que me llevaría a Poienile, o mejor dicho, a la casa de Ionela, mi anfitriona. Medio en inglés, medio en español, medio en rumano, nos entendimos.
Iba a lo de Ionela, una señora que, claramente, todo el pueblo conocía. No era en particular Ionela la conocida, era que todos se conocían en ese pequeño pueblo. Maramures es montañas, campos verdes, casas de madera y vida de campo de la de antes. Sí, porque supieron mantener sus costumbres, la simpleza de la vida, los tiempos y los ritmos amables de una vida sin apuros.
Ionela se encargó de que tuviera algo para comer cada día. No había en el pueblo una cadena de comidas rápidas, no había un restaurant, solo alguna cafetería improvisada en un almacén. Cada mañana salía a caminar por los alrededores, cada detalle era un descubrimiento y volvía a la casa con mil dudas que Ionela intentaría aclarar cada tarde en nuestras charlas de café.
¡Seguí a Guada en sus travesías!
Guadalupe Prieto, luego de 5 años de dejar su rutina de Contadora para dedicarse a conocer el mundo, sostiene su decisión de “patear el tablero” para “vivir viajando”.